Hernán Pérez del Pulgar Nació en Ciudad Real el 27 de julio de 1451 y es bautizado en la cercana iglesia de Santa María la Mayor, su registro bautismal se conserva en la parroquía de La Merced, sita al otro lado de la calle. De su infancia y adolescencia se conoce poco, pero lo suficiente como para decir que desde joven fue muy diestro en el manejo de las armas. Participó como escudero en la guerra contra Portugal, que apoyaba a Juana la Beltraneja en su pretensión al trono castellano en lugar de Isabel la Católica. Su arrojo y valentía durante la guerra de conquista del Reino de Granada le valen los títulos de Gentilhombre y Continuo de la Casa Real en 1481. En 1482, sitiado junto al Duque de Cádiz en Alhama de Granada por las tropas musulmanas, protagoniza una arriesgada operación en la que logra eludir el cerco y llegar hasta Antequera para pedir auxilio, evitando la pérdida de Alhama, estratégicamente situada en el centro del antiguo Reino Nazarí. En 1486 los Reyes Católicos le nombran, por medio de una Real Cédula, Capitán General de Alhama. Poco después conquista el castillo de Salar, estratégicamente situado en el camino entre Loja y Granada, con una fuerza de sólo 80 hombres. En 1679 este hecho sería recordado con la creación del Marquesado del Salar, a petición de la propia ciudad de Granada. Llamado por el propio rey Fernando el Católico, participa en la toma de Vélez-Málaga y en la Batalla de Bentomiz. Fue nombrado emisario del trono castellano en las negociaciones de rendición de la ciudad de Málaga. Más tarde tomó Baza y dio muerte durante la conquista a Aben-Zaid, el comandante del ejército granadino. Esta última acción le valió el título de Caballero por parte del rey Fernando y la concesión de un escudo nobiliario, compuesto por un león coronado, en gules sobre fondo azul, el cual lleva una lanza en las garras con una bandera blanca en su punta con Ave María escrito en ella. Flanquean a la bestia 11 castillos como representación de los 11 alcaides granadinos derrotados hasta entonces por Pulgar y el lema Tal debe el hombre ser como quiere parecer. Fue un maestro de la guerra psicológica. Cuando, en 1490, se encontraba asediado por las tropas de Boabdil en Salobreña y los pozos de agua de la ciudad habían sido agotados, se negó a aceptar la orden de rendición del rey musulmán y selló esta decisión arrojando desde lo alto de las murallas el último cántaro de agua. Ganó la batalla subsiguiente y rompió el asedio granadino. Ese mismo año, acompañado de sólo 15 caballeros y su escudero Pedro, se infiltró durante la noche en la propia ciudad de Granada cerca de la torre de Bib-Altaubin y consiguió recorrer la ciudad sin ser descubierto hasta llegar a la mezquita principal. Aunque no pudo incendiarla, como tenía previsto inicialmente, clavó sobre la puerta principal un cartel, escrito por el propio Pulgar, donde se podía leer el Ave María y a continuación la frase Sed testigos de la toma de posesión que realizó en nombre de los reyes y del compromiso que contraigo de venir a rescatar a la Virgen María a quien dejo prisionera entre los infieles. Tras esto se dirigió a la Alcaicería y le prendió fuego, saliendo a su encuentro la guardia granadina, a la que derrotó en su propia ciudad a pesar de su aplastante inferioridad numérica. Aprovechó entonces la confusión para escapar hasta el río Genil y luego al campamento real de Santa Fe, donde la hazaña le valió la concesión de otro castillo más en su escudo y el derecho a ser enterrado en la futura catedral de Granada, que sería construida sobre la antigua mezquita. Tras la rendición de Granada en 1492 se instaló en Sevilla, donde se casó con su segunda mujer, doña Elvira Pérez del Arco, y se convirtió en historiador. Por mandato del emperador Carlos V escribió la Breve parte de las hazañas del excelente nombrado Gran Capitán, sobre las campañas de Gonzalo Fernández de Córdoba en Nápoles. En 1524 volvió a ser llamado por Carlos V, esta vez para dirigir la guerra contra Francia en la frontera pirenaica, y accedió a pesar de tener ya 73 años. En 1526 cedió su cargo de Regidor de Loja y el privilegio de sentarse en el coro de la Iglesia Mayor, concedidos también por los Reyes Católicos, a su hijo don Rodrigo de Sandoval. Murió el 11 de agosto de 1531 en Granada, a la edad de 80 años, siendo enterrado en la catedral.
viernes, 30 de marzo de 2012
jueves, 22 de marzo de 2012
Reyes Católicos
Isabel, hija de Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal, y Fernando, hijo de Juan II de Aragón y de Juana Enriquez, contrajeron matrimonio en Valladolid el 19 de Octubre de 1469, entre fuertes oposiciones al mismo. Isabel heredaría el trono de Castilla en 1474 después de la muerte de su hermano Enrique IV, autoproclamándose reina, ya que había un conflicto sucesorio entre ella y Juana, hija de Enrique IV, de la que se decía era hija de D. Beltrán de la Cueva y no del rey, este conflicto prosiguió después de la coronación, ya que Alfonso V de Portugal, esposo de Juana, lanzó una ofensiva en apoyo de ésta, ofensiva que se disputó en las batallas de Toro y Albuera tras las cuales Isabel, que salió vencedora, fue reconocida reina por las Cortes de Madrigal. Mientras tanto Fernando era nombrado heredero a la muerte de su hermano Carlos. En 1468 recibió el trono de Sicilia y a la muerte de su padre en 1479, el de la corona de Aragón. Participó en las luchas a favor de su esposa Isabel y a partir de esta fecha se produjo la unión dinástica de Aragón y Castilla y el comienzo del reinado conjunto, siguiendo los acuerdos que se habían firmado en 1475 en la concordia de Segovia por los que ambos monarcas mantenían su igualdad en lo tocante a Justicia, moneda y expedición de privilegios, pero reservaba a Isabel la fidelidad de los tenedores de Castillos y las cuestiones de Hacienda. Este matrimonio ha sido considerado como el punto de partida de la unidad y de la grandeza de España. El primer objetivo de los nuevos monarcas fue el de restablecer la autoridad real para lo cual se sirvieron de una poderosa organización la Santa Hermandad creada en 1476 que era una especie de policía judicial que perseguía a los perturbadores del orden. También constituyeron el Consejo Real que sustituía a las Cortes y nombraron corregidores para controlar las ciudades y vincularon la dirección de la Mesta al Consejo Real. De este modo quedaba controlada la política del reino, aunque estas medidas pesaron más sobre el reino de Castilla que sobre el de Aragón. La siguiente misión era concluir la reconquista en el reino nazarí de Granada lo que consiguieron en 1492. La paz interior y la buena organización del reino permitieron que las arcas reales se llenaran y con ellas se acometieran nuevas empresas como el apoyo al almirante genovés Cristobal Colón que descubriría América en 1492, aportando riquezas para el reino y un fuerte expansionismo exterior. El éxito de la guerra antimusulmana y la presión de los confesores de la reina indujeron a los Reyes a unificar la religión de sus súbditos por lo cual en 1492 se procedió a expulsar a los judíos y los mudéjares granadinos, obligados a convertirse. Ya en 1478 se había creado La Inquisición para perseguir a los cristianos nuevos que volvían a sus antiguas creencias. El reino continuó ampliándose al conseguir Fernando de Carlos VIII de Francia la restitución de la Cerdaña y el Rosellón en virtud del tratado de Barcelona de 1493. Así mismo en Italia se enfrentó al monarca francés consiguiendo la conquista del reino de Nápoles en 1504. En ese mismo año fallecía la reina Isabel y aunque dejaba como regente de la heredera al trono, Juana I, a su marido Fernando el Católico, la nobleza castellana no lo apoyó por lo que éste marchó a sus estados de Aragón. De este modo quedaba encargado del gobierno de Castilla Felipe de Austria, el Hermoso, esposo de la reina Juana I de Castilla, la Loca. Pero la muerte de Felipe en 1506 obligó a restituir a Fernando, llamado por el Cardenal Cisneros a Castilla en 1507. Los últimos años de su reinado se caracterizaron por los enfrentamientos con Francia en terreno italiano. A la muerte de Fernando el Católico heredó el trono su nieto Carlos I de España. Desde el punto de vista artístico esta etapa se caracteriza por la supervivencia de la tradición gótica y la lenta penetración de los nuevos moldes renacentistas. Bajo el impulso de los monarcas o de la alta nobleza se erigieron numerosos edificios, iglesias, universidades, hospitales, castillos, etc., especialmente en tierras castellanas dada la supremacía económica de dicho reino en aquella época. En el campo de la pintura se superpusieron el estilo flamenco y la novedad renacentista. En este período continuaron desarrollando su obra pintores que ya habían comenzado tiempo atrás como Huguet, Gallego, Bermejo a la vez que el nuevo estilo renacentista asomaba a las obras de artistas como Rodrigo de Osona el Viejo o Pedro Berruguete.
martes, 13 de marzo de 2012
Guerra de Granada
La Guerra de Granada es el nombre con el que suele conocerse el conjunto de campañas militares que tuvieron lugar entre 1482 y 1492, durante el reinado de los Reyes Católicos, en el interior del reino nazarí de Granada. Culminaron con la rendición negociada mediante capitulaciones del rey Boabdil, que a lo largo de la guerra había oscilado entre la alianza, el doble juego, la contemporización y el enfrentamiento abierto con ambos bandos. Los diez años de guerra no fueron un esfuerzo continuo solía marcar un ritmo estacional de campañas iniciadas en primavera y detenidas en el invierno. Además, el conflicto estuvo sujeto a numerosas vicisitudes bélicas y civiles: notablemente los enfrentamientos intestinos dentro del bando musulmán; mientras que en el cristiano fue decisiva la capacidad de integración en una misión común de las ciudades y la nobleza castellanas y el imprescindible impulso del clero bajo la autoridad de la emergente Monarquía Católica. La participación de la Corona de Aragón fue de menor importancia: aparte de la presencia del propio rey Fernando consistió en la colaboración naval, la aportación de expertos artilleros y algún empréstito financiero. Era evidente la naturaleza de la empresa, claramente castellana, y la integración en la Corona de Castilla del reino conquistado. La protocolaria entrega de las llaves de la ciudad y la fortaleza-palacio de la Alhambra, el 2 de enero de 1492, se sigue conmemorando todos los años en esa fecha con un tremolar de banderas desde el Ayuntamiento de la Ciudad de Granada. Al ser la última posibilidad de expansión territorial de los reinos cristianos frente a los musulmanes en la Península Ibérica significó el fin de la Reconquista, proceso histórico de larga duración que había comenzado en el siglo VIII. No debe olvidarse que la Reconquista es un término ideológico dotado de una carga semántica poco neutral, y debe entenderse en sus justos términos no había significado una continuidad de hostilidades en todo el periodo; y de hecho, desde la crisis del siglo XIV se había detenido conformándose el Reino de Castilla con el control del Estrecho de Gibraltar y el mantenimiento del Reino de Granada como un Estado vasallo y tributario en cuya política interior se intervenía en ocasiones. En momentos de debilidad castellana, ocurría al contrario, que los nazaríes ejercían sus propias iniciativas, suspendiendo los pagos, incendiando y saqueando localidades o recuperando algún pequeño territorio, a veces en connivencia con alguna de las facciones que dividían Castilla. La permeabilidad de la frontera en ambas direcciones también produjo la existencia de categorías sociales mixtas: los elches, o cristianos que se convertían al Islam y los tornadizos que eran la categoría inversa. Transitaban sin ningún problema por el territorio fronterizo los ejeas, intermediarios dotados de salvoconductos que negociaban los rescates de prisioneros. Aunque no faltaron operaciones militares más importantes, fueron puntuales y limitadas en extensión, como la toma de Antequera que sirvió fundamentalmente para prestigiar a Fernando de Trastámara, que añadió el nombre de la ciudad conquistada al suyo, como los generales romanos, siéndole muy útil para su elección como rey de Aragón en el compromiso de Caspe o la batalla de La Higueruela en el reinado Juan II, que también en este caso fue objeto de un aparato propagandístico desproporcionado en beneficio del valido Álvaro de Luna. La construcción de un Estado moderno, en el concepto que de tal cosa tenían los Reyes Católicos, no era compatible con el mantenimiento de esa singularidad en la Europa cristiana, que además quitaba libertad de movimientos a Castilla e impedía la explotación adecuada de una gran cantidad de tierras a lo largo de una extensa e insegura frontera. La noticia de la Toma de Granada fue celebrada con festejos en toda Europa: en Roma se celebró una procesión de acción de gracias del colegio cardenalicio; en Nápoles se representaron dramas alegóricos de Jacopo Sannazaro, en los que Mahoma huía del león castellano; en la Catedral de San Pablo de Londres, Enrique VII hizo leer una elogiosa proclama. Este hecho acaba de ser consumado gracias a la valentía y a la devoción de Fernando e Isabel, soberanos de España que, para su eterna honra, han recuperado el grande y rico reino de Granada y tomado a los infieles la poderosa capital mora, de la cual los musulmanes eran dueños desde hacía siglos. El enfrentamiento entre Cristianismo e Islam dotaba al conflicto de un rasgo inequívocamente religioso, que la implicación vigorosa del clero se encargó de remarcar, incluyendo la concesión por el papado de la Bula de Cruzada. Cuando, terminada la guerra, el propio papa sea el valenciano Alejandro VI, de la familia Borgia, Isabel y Fernando recibirán el título de Católicos en un reconocimiento del ascenso de España como potencia europea homologable, en lo que tampoco era ajena la política de "máximo religioso" de los Reyes, que había producido la expulsión de los judíos en 1492, poco después de la toma de Granada. La presión sobre los conversos, a través de la recién instaurada Inquisición española, estaba siendo particularmente dura desde el primer auto de fe. Por si esto fuera poco, el Papa también les concedió el Nuevo Mundo descubierto y por descubrir a cambio de su evangelización, todo ello en el conjunto de documentos conocido como Bulas Alejandrinas. Las referencias a la recuperación de Jerusalén no dejaron de estar presentes como un horizonte retórico. Desde una perspectiva más amplia, hay que tener en cuenta que en el otro extremo del Mediterráneo se está formando el gigantesco Imperio otomano, que ha tomado Constantinopla y aumentaba sus dominios en los Balcanes y el Próximo Oriente, llegando incluso a ocupar temporalmente el puerto italiano de Otranto en 1480. No obstante, los granadinos deberán enfrentarse solos a los cristianos, puesto que sus posibles aliados, los sultanes de Fez, de Tremecén o de Egipto no se implicaron en la guerra. Asimismo puede decirse que, como proceso histórico, el avance territorial no se detuvo con la toma de Granada y continuó de hecho durante el siglo siguiente, al seguir existiendo las fuerzas sociales que alimentaban esa necesidad expansiva. Esa expansión pudo verse en el exterior que, junto a los azares dinásticos que reunieron diversos territorios europeos, formó lo que se terminará conociendo como Imperio español: la simultánea conquista de las Islas Canarias y la posterior Conquista de América de la toma puntual de plazas del norte de África; además de la conquista del cristiano reino de Navarra en 1512.
martes, 6 de marzo de 2012
Batalla del Salado
La batalla del Salado fue una de las batallas más importantes del último periodo de la Reconquista. En ella, las fuerzas combinadas de Castilla y Portugal derrotaron decisivamente a los benimerines, última nación norteafricana que trataría de invadir la península Ibérica. Tras la decisiva victoria de las Navas de Tolosa en 1212, los almohades perdieron el control sobre el sur de la península Ibérica y se replegaron al Norte de África, dejando tras de sí un conjunto de desorganizadas taifas que fueron ocupados por los reinos cristianos entre 1230 y 1264. Tan sólo el reino de Granada logró mantenerse independiente, aunque fue forzado a pagar un elevado tributo en oro a Castilla cada año. Por aquel entonces, el reino de Granada comprendía las actuales provincias de Granada, Almería y Málaga, más el istmo y peñón de Gibraltar. En 1269, la debilitada dinastía almohade sucumbió ante otra tribu bereber emergente, los Banu Marin. Desde su capital en Fez, esta tribu originaria del sur de Marruecos pronto dominó la mayor parte del Magreb, llegando por el este hasta la actual frontera entre Argelia y Túnez. A partir de 1275 dirigieron su atención hacia Granada, donde desembarcaron tropas e influyeron decisivamente en su gobierno ante el recelo de los cristianos del norte. El choque no tardó en llegar, y así, a finales del siglo XIII, los benimerines ya habían declarado la guerra santa a los cristianos y realizado varias incursiones en el Campo de Gibraltar, con el fin de asegurarse el dominio sobre el tráfico marítimo en el Estrecho. En 1288, a instancias del rey Yusuf I de Granada, firmaron una alianza formal con los nazaríes con el fin de tomar Cádiz como objetivo final. Sin embargo, una serie de rebeliones en el Rif retrasaron la campaña contra Castilla hasta 1294, año en que los benimerines asediaron Tarifa sin éxito debido a la tenaz resistencia ofrecida por Guzmán el Bueno. En 1329 los benimerines y sus aliados granadinos atacaron de nuevo a los castellanos, a quienes derrotaron y tomaron Algeciras. En agosto de 1330 Castilla se impondría a Granada en la Batalla de Teba, conocida en otros países por haber fallecido en ella el noble escocés Sir James Douglas. Como consecuencia de la derrota granadina, el 19 de febrero de 1331, se firmó la Paz de Teba por la que los monarcas castellano, aragonés y nazarí se comprometían a una tregua de cuatro años y a la entrega de parias al rey castellano por parte del emir granadino. A pesar de ello, desde su base en Algeciras, los musulmanes sitiaron Gibraltar y la reconquistaron en 1333. La flota castellana del Estrecho, capitaneada por el Almirante Alonso Jofre Tenorio, no era lo suficientemente poderosa como para detener el constante flujo de tropas musulmanas hacia la Península, por lo que Alfonso XI de Castilla solicitó apoyo naval a la Corona de Aragón. Ésta accedió a enviar en 1339 una flota de guerra mandada por Jofre Gilabert, pero tras una operación en Algeciras, el almirante aragonés resultó herido por una flecha y su flota se dispersó. Siguió entonces un ataque de los benimerines contra la escuadra castellana, con un resultado catastrófico para ésta: todos los barcos, excepto cinco que pudieron refugiarse en Cartagena, fueron destruidos por los musulmanes y Tenorio hecho prisionero y decapitado. Castilla quedaba así abierta de par en par a una nueva invasión norteafricana. Al conocer el desastre, Alfonso XI decidió entonces jugar su última carta enviando a su mujer, María de Portugal, para que pidiera ayuda al padre de ésta. No obstante, el rey Alfonso IV, que entonces se encontraba algo rencoroso con su yerno por el abandono al que tenía sometida a su hija en favor de su amante Leonor de Guzmán, declinó inicialmente la propuesta, exigiendo que si el monarca castellano necesitaba ayuda, fuera él quien se la pidiera personalmente. Ante la situación, Alfonso XI no pudo hacer otra cosa que tragarse su orgullo y enviar una carta de su puño y letra a Lisboa. Alfonso IV respondió entonces positivamente y mandó una flota a Cádiz a las órdenes del marino genovés Manuel Pezagno, que se unió a un contingente de 12 naves aragonesas que ya se encontraban ancladas allí. Los ejércitos de ambos reyes se encontraron en Sevilla de donde salieron las fuerzas de los dos monarcas, en camino a Tarifa, llegando ocho días después de la Peña del Ciervo teniendo frente a ellos la extensión del campo de las fuerzas musulmanas. El 29 de septiembre, en consejo de guerra, se decidió que Alfonso XI de Castilla, luchara contra el Rey de Marruecos, y Alfonso IV de Portugal frente al de Granada, Yusuf I. En el campo de los cristianos y los musulmanes de todo estaba listo para la batalla. La caballería castellana, cruzo el río Salado, la batalla comenzó. Pronto llegó a tratar con él, la élite de la caballería musulmana, incapaz de detener el ataque. Casi de inmediato se trasladó Alfonso XI, con el grueso de sus tropas, frente a las innumerables fuerzas de los moros. Fue encerrado en ese sector, la lucha era feroz. El rey de Castilla, cuyo valor no cabe duda, se volvió hacia los puntos donde el peligro era mayor, con furia, y llevando a las tropas árabes a la derrota. En ese momento la guarnición de la plaza de Tarifa, hizo una salida inesperada para los moros, cayó sobre la parte trasera para atacar el campamento de Abul-Hassan y causaron estragos entre los invasores. En la zona de combates las fuerzas portuguesas, para las dificultades eran aún mayores, porque los moros de Granada, más disciplinados, luchando por su ciudad bajo el mando de Yusef Abul-Hagiag, veían su reino en peligro. Alfonso IV, por delante de sus jinetes intrépidos lograron romper el orden enemigo, rompiendo la formidable barrera, lo que desato el pánico y la derrota de los moros de Granada. Saliendo los granadinos en desbandada, del mismo modo las fuerzas africanas abandonaron el campo de batalla, dejando todo para salvar su vida. El campo estaba sembrado de cadáveres de víctimas del bando moro. El 1 de noviembre en la tarde, los ejércitos vencedores en última instancia, abandonaron el campo de batalla con un gran botín tomado en la batalla, en dirección a Sevilla, donde el rey de Portugal se quedó poco tiempo, volviendo de inmediato a su país. La victoria de los cristianos en la batalla de Salado, desmoralizó al mundo musulmán y el entusiasmo que se extendió entre el cristianismo europeo. Fue después de seis siglos, una renovación de la victoria de Carlos Martel en Poitiers. Alfonso XI para exteriorizar su alegría, se apresuró a enviar al Papa Benedicto XII una pomposa embajada llevando muy valiosos regalos, parte de la riqueza extraída a los moros y veinticuatro presos que portaban las banderas que habían caído en manos de los vencedores.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)