viernes, 27 de enero de 2012

Armaduras Medievales

El origen de la armadura data del periodo egipcio, en el que la vestidura militar consistía en un casco y una coraza de tela fuerte o de cuero cubiertos en gran parte con placas metálicas. Entre los caldeos-asirios, a tenor de lo que aparece en los relieves de la época, se usaba un casco de bronce de forma algo cónica, una coraza hecha de piel cubierta de láminas metálicas y unos botines de cuero duro o guarnecidos también con láminas. Los soldados griegos solían llevar una túnica corta que terminaba en pliegues simétricos y sobre ella una coraza para el tronco, formada por tiras de cuero con piezas metálicas o bien sólo dos piezas que cubrían pecho y espalda y se unían con tiras metálicas o correas sobre los hombros, mientras que la parte delantera de las piernas se defendía con las cnémides o canilleras. Para resguardo de la cabeza se usaron cascos de variadas formas, alcanzando mayor perfección el beocio compuesto de visera y apéndice nasal o apéndices para defender el cuello por los lados. Los guerreros romanos de los primeros siglos defendían su cabeza con la gálea o casco de cuero y placas metálicas y el tronco por medio de una armadura también de pequeñas placas, pero después de la conquista de las Galias se adoptó el casais o casco de metal con yugulares, cubrenuca y cota de malla para el tronco. Sin embargo, algunos cuerpos especiales del ejército empleaban corazas especiales. En la Edad Media, después de las invasiones de los pueblos del Norte y aún más en la época de las Cruzadas se generalizó el uso de la loriga, formada por escamas o por un tejido de tririllas, anillitos o cadenitas de acero llamado cota de malla que vestían los militares sobre una especie de jubón acolchado, conocido por los nombres de gambesón, gambax, prepunte y velmez, para amortiguar los golpes de las armas enemigas. Sobre la mencionada loriga, que llegó en el siglo X hasta cubrir los brazos y muslos, llevaban los caballeros una sobre veste o cota de armas, que más tarde se adornó con los emblemas y figuras propias y distintivas de cada uno. Para resguardo de la cabeza se usó en los primeros siglos medievales un sencillo casco de metal de forma cónica sin visera ni yugulares, al cual se añadió en el siglo X el apéndice nasal recto. Debajo de dicho casco o de otro semiesférico llamado capellina llevaban los guerreros una especie de toca monjil hecha de malla que llegaba hasta cubrir el cuello, conocida con el nombre de almófar o de camal, y hacia fines del siglo XII se transformó el casco en yelmo casi plano por arriba con visera y barbera reteniendo a veces el almófar por debajo. En el siglo XIV, el yelmo se hizo más redondeado, se le adornó con cresta o cimera y se le dotó de visera movible. En el siglo XV se añadieron las variedades de yelmo llamadas almete y celada y se adoptó con frecuencia la elegante borgoñota, parecida al casco beocio y que dejaba la mayor parte de la cara al descubierto. La armadura de placas de acero, unidas entre sí con ganchos, tuercas, aldabillas y clavos sujetas al guerrero mediante correas y hebillas, empezó a usarse en el siglo XIV y alcanzó toda su perfección a fines del XV, transformándose a mediados del XVI en una vestidura de gala para el guerrero, adornada y embellecida con los primores del arte escultórico y de las industrias metálicas. Decayó notablemente en el siglo XVII a medida que se perfeccionaban las armas de fuego y desde el XVIII ya no se utiliza más que como recuerdo histórico. Una armadura completa consta de numerosas piezas articuladas, habiendo llegado a reunirse hasta el número de 250 en un solo combatiente con el peso de unos 25 a 30 kg, pero las más comunes e importantes se reducen a unas 25, distribuidas en los cuatro grupos de cabeza, tronco y extremidades superiores e inferiores. Desde remotos tiempos las armaduras eran sometidas a diferentes pruebas para apreciar su resistencia. Plutarco, al tratar del sitio de Rodas, dice que trajeron a Demetrio Poliórcetes dos corazas y el maestro Zoilo, que las había forjado, hizo que sobre ellas se disparasen dardos lanzados por una catapulta colocada a veinte pasos, sin conseguir más que dejar en el hierro una ligera señal. Después se abandonó este sistema, pues hasta el siglo XIV no vuelve a hablarse de armaduras de prueba y de media prueba. Las probadas con ballesta de torno se decían de toda prueba o a prueba, y las que sólo lo eran con flecha lanzada por el arco o la ballesta sencilla de gancho, se llamaban de media prueba. Desde el siglo XVI se usaron las armas de fuego con objeto de probar la resistencia de las armaduras, y las señales de las balas servían, alguna vez, para aumentar sus elementos decorativos, haciéndolas centro de una flor, un rosetón u otro ornato. Por esto cuando en rodelas, petos y corazas se ven marcas de balas, no hay que creer siempre que las llevaba puestas su dueño al recibir el disparo. En los arneses de la gente de armas, se probaba el peto y el espaldar, y para la caballería ligera, únicamente el primero. En la Armería Real española hay varias armaduras que la tienen, pudiendo citarse una brigantina española de fines del siglo XV, que lleva, en alguna de sus launas, la doble marca que acredita la prueba con ballesta de torno. Otras piezas presentan huellas de balas de arcabuz, como la armadura de Felipe III, que tiene siete, adornadas con perlas de plata y tres en el espaldar, una de las cuales perforó el acero. También en una rodela se ve otra, siendo de notar que las balas de prueba, como disparadas de cerca, dejaban señales más hondas que las recibidas en la guerra.







lunes, 9 de enero de 2012

Batalla de las Navas de Tolosa

La batalla de las Navas de Tolosa en 1212 supuso la entrada de los cristianos en el corazón de Al-Andalus conquistando poco después todo el valle del Guadalquivir. La victoria de los cristianos aliados contribuiría al derrumbe del imperio almohade y a la rebelión de los andaluces para liberarse de ellos con lo que la desunión musulmana facilitaría aún más la conquista castellana. El ejército cristiano de unos 70.000 hombres comandado por Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón, Sancho VII de Navarra, y los obispos de Narbona, Burdeos y Nantes con numerosos caballeros franceses partió el 20 de junio de Toledo entrando en Malagón, villa que arrasaron pasando a cuchillo a la guarnición ante el desagrado de los castellanos, y poco después en Calatrava que se rinde tras corto sitio y abandonar sus habitantes la plaza lo que provoca la retirada de los obispos de Burdeos y Nantes no conformes con sus aliados más propensos a la conquista por pacto que por la fuerza. El 14 de julio se pasa Sierra Morena por el puerto del Muradal y dos días después, el 16, se produce en los llanos de las Navas de la Losa o de Tolosa la gran batalla. Los almohades que cuentas en sus filas con tropas andaluzas poco propicias a defender a sus opresores, árabes y cábilas bereberes están mandadas por Muhammad al Nasir. La Batalla de Las Navas de Tolosa, llamada en la historiografía árabe Batalla de Al-Uqab , y conocida simplemente como «La Batalla» en las crónicas de la época, tuvo lugar el 16 de julio de 1212 cerca de la población jienense de Navas de Tolosa. La victoria permitió extender los reinos cristianos, principalmente el de Castilla, hacia el sur de la península Ibérica, entonces dominada por los musulmanes. Esta decisiva batalla fue el resultado de la cruzada organizada en España por el rey Alfonso VIII de Castilla, el arzobispo de Toledo Rodrigo Ximénez de Rada y el papa Inocencio III contra los almohades musulmanes que dominaban Al-Ándalus desde mediados del siglo XII, tras la derrota del rey castellano en la batalla de Alarcos, que había tenido como consecuencia llevar la frontera hasta los Montes de Toledo, amenazando la propia ciudad de Toledo y el valle del Tajo. Al tenerse noticia de la preparación de una nueva ofensiva almohade, Alfonso VIII, después de haber fraguado diferentes alianzas con la mayoría de los reinos cristianos peninsulares, con la mediación del Papa, y tras finalizar las distintas treguas mantenidas con los almohades, decide preparar un gran encuentro con las tropas almohades que venían dirigidas por el propio califa Muhammad An-Nasir, el llamado Miramamolín por los cristianos. El rey buscaba desde hacía tiempo este encuentro para desquitarse de la grave derrota de Alarcos. Como consecuencia de esta batalla, el poder musulmán en la península Ibérica comenzó su declive definitivo y la Reconquista tomó un nuevo impulso que produjo en los siguientes cuarenta años un avance significativo de los llamados reinos cristianos, que conquistaron casi todos los territorios del sur bajo poder musulmán. Consecuencia inmediata fue la toma de Baeza, que posteriormente retornó a manos almohades. La victoria habría sido mucho más efectiva y definitiva si no se hubiera desencadenado en aquellos mismos años una hambruna que hizo que se demorara el proceso de reconquista. La hambruna duró hasta el año 1225. La leyenda dice que en recuerdo de su gesta, el rey de Navarra incorporó las cadenas a su escudo de armas, cadenas que posteriormente también se añadieron en el cuartel inferior derecho del escudo de España. Sin embargo, está demostrado que Sancho VII no cambió de escudo después de la batalla. El origen del escudo de Navarra en realidad está en la bloca que solía adornar los escudos, y de la que hay ejemplos anteriores; según Tomás Urzainki se pueden encontrar en la iglesia de San Miguel de Estella, , en un relieve de la catedral de Chartres y en miniaturas de la Biblia de Pamplona el escudo blocado aparece en los sellos de los reyes Sancho VI el Sabio y Teobaldo I de Navarra, y con el tiempo fue evolucionando y dando lugar a la leyenda. La fortaleza de Calatrava la Nueva, cerca de Almagro, fue construida por los Caballeros de la Orden de Calatrava, utilizando prisioneros musulmanes de la batalla de Las Navas de Tolosa, entre 1213 y 1217.